lunes, 15 de abril de 2019

TESTIMONIO DE VOCACIONES NATIVAS




"DIOS SIEMPRE NOS LLAMA

 Y NOS GUÍA"

Enkh Baatar. Primer sacerdote en Mongolia


Enkh Baatar es el primer sacerdote nativo en Mongolia.
 En este testimonio
 cuenta cómo surgió su vocación y ofrece una reflexión
 sobre el valor de 
las vocaciones en los territorios de misión y como 
la labor de los misioneros preparó el terreno para 
que las vocaciones nativas pudieran surgir en su país.

“Mi nombre es Enkh Baatar nací en Ulán Bator,
 la capital de Mongolia, en 1987. 
Soy el hijo pequeño de una familia con dos hermanas mayores.
 Cuando yo tenía tres años, Mongolia pasó
 a ser un país democrático,tras 66 años de gobierno
 comunista. La Iglesia católica entró oficialmente en 1992.
Los primeros tres misioneros, incluido el actual prefecto
 apostólico de Ulán Bator, Mons. Wenceslao Padilla,
 comenzaron una pequeña comunidad en su departamento.
 Yo los conocí a través de mi hermana mayor en 1994.
 Ella estudiaba francés, y su profesor era un misionero
de la Congregación del Corazón Inmaculado de María.
 Él la invitó a su pequeña comunidad cristiana, y 
solía llevarme con ella. Desde entonces empecé a ir
 a la iglesia regularmente y a saber más sobre Dios.
Cuando tenía 7 años, mi padre falleció en un accidente.
A raíz de ese suceso,pensé haber comprendido la realidad
 de la vida. Esta no solo está llena de felicidad, sino 
que incluyetristeza. Ambas, vida y muerte, son parte
 de nuestra existencia.
 Sin embargo, había algo que faltaba en mi corazón,
 pero no era consciente de qué, ni incluso de que 
estuviera buscándolo.
Me bauticé en 1999, con 12 años. Los viernes iba
a un grupo bíblico. Siempre era bonito y sorprendente
 para mí aprender más sobre la Palabra de Dios 
y cómo actúa en las vidas de las personas. Después
 de compartir sobre la Biblia, solía irme a casa tan
 rápido que mucha gente me preguntaba por que
 siempre salía corriendo, o si había algo urgente que
tuviera que hacer.
No, simplemente, no podía estar parado,
 porque algo ardía en mi corazón; sentimientos
 muy fuertes rebosaban, como una fuente,desde lo
 hondo de él.
 Por eso no podía estar tranquilo, tenía que correr.
 Mientras, me decía a mí mismo que no era el chico
 más rico del mundo, ni el más guapo, listo, talentoso,
 fuerte o alto, pero estaba seguro de ser el más feliz,
 porque sentía profundamente el amor de
 Dios por mí.
Comprendí que ese amor no se me había dado solo
 al ser bautizado y conocer a Dios, sino que siempre
 había estado presente desde que fui concebido.
 Entonces caí en la cuenta de que había
 encontrado la única cosa que echaba en
 falta y buscaba en mi vida. La sensación era
 como de que alguien me estuviera cubriendo con
 una cálida manta mientras estaba durmiendo
 solo y temblando en una habitación fría y oscura.
 Esta experiencia me ayudó a acercarme más a
 Dios, y día a día me iba enamorando de Él.
 A punto de terminar mi instituto, decidí ir a un
 seminario y convertirme en sacerdote.
Hubo tres grandes razones. Primero, solo quería
 estar más cerca de Dios y pasar toda mi vida
 con Él. Segundo, quería compartir la felicidad,
 la verdad y la Palabra deDios que he 
experimentado en mi vida especialmente con aquellos
 que son pobres no solo física, sino espiritualmente. 
Tercero, después de ver el dolor de mi madre y
 de las personas demi entorno, me sentía impotente,
demasiado pequeño y débil para cambiar sus vidas
 y quitarles sus sufrimientos.
 Sin embargo, una palabra de Jesús vino a mi mente: una
semilla arrojada al suelo no da fruto hasta que muere; 
si muere, dará 30, 60 y 100 veces más fruto.
 Entonces pensé: “Si me sacrifico y me ofrezco a Dios, tal vez
 habrá algún buen fruto en las vidas de aquellos que sufren,
 incluida mi madre”.